Esta claro que la culpa fue mía, sólo mía, mía mía, por ingenuo e ignorante, cosa redundante, creo, decir esto; fue mía la culpa de esperar ver a Miguel Angel en Florencia, digo, qué clase de tonto puede viajar a Florencia esperando encontrarse con los ojos bondadosos del humanismo –y cultos, no olvidemos, bien cultos. La clase de tonto que al ver las joyerías del ponte vechio es capaz de sentirse descompuesto de la angustia, centro del universo, y muy capaz de arruinarse días enteros escondiendo la cara de vergüenza. La clase de tontolín que se tira en el piso de la estación de trenes, asqueado, y casi se siente diferente por tan infantil acto de rebeldía, en fin, descompuesto, el mismo tonto que se quedó pasmado, cuando después de darle una moneda al vagabundo que traía su moco largo colgando como una burla a tanta coquetería de valijas escuchó las preguntas: - que e la vita?- cuesto e la vita? – y con una mano señalaba la gente con valijas que iba y venía por la estación. – lo repitió varias veces y ahora veo que lo hizo solo para salvarme y que la moneda que le di fue un acto de miseria frente a tanta generosidad de su parte. Como si fuera poco antes de irse el moco terminó de despegarse y quedó estampado sobre el piso brillante.
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