Voy por la calle y me siento caminar torcido, inclinado, como si mi apoyo derecho estuviera en chanfle.
Paso frente a un policía, bajo la cabeza y me siento culpable,
¡mierda! otra vez el comienzo de un anti final feliz.
Entonces me pongo a mirar la cara de la gente,
los ojos, los hombros, los pechos, los torsos.
Puf, se me vuelve obvio que no hay mucha gente que camine libre por la calle y que explicar esto sería como querer describir un nuevo color.
Mientras tanto camino.
Algo menos torcido, quiero creer.
Escribo en el celular mis impresiones y cuando levanto la vista ya estoy en la esquina de la inmobiliaria. La secretaria me espera con miedo después de la última discusión.
La recuerdo empacada haciendo un puchero y hablando encima de lo que yo le estaba echando en cara, sin querer escucharme.
“Claro, porque yo no hago nada, no hago nada, nada”.
Y mi remera negra con letras rojas a nadie le hace gracia diciendo
- Caza y Sacrificio.
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